¿Paleo o vegano? La respuesta podría estar en tus genes

Paleo o vegano

El veganismo y la dieta paleo son dos tendencias en alza, por diversos motivos. Independientemente de las polémicas alrededor de estos patrones alimentarios, recientemente se ha publicado un interesante estudio que arroja cierta luz sobre cómo la forma de alimentarse de nuestros antepasados y el advenimiento de la agricultura dejaron huella en nuestros genes.

La dieta paleo o paleodieta ha sido una de las últimas tendencias en llegar al mundo de la nutrición; y parece que para quedarse. Si bien tras la explosión inicial (fue el término más buscado en google en lo referente a dietas en 2013) el interés parece que ha ido cayendo, son muchos los que aún siguen sus preceptos.

La dieta de nuestros antepasados ha dejado huella en nuestros genes.

Entre otras, una las hipótesis de base de la paleodieta es la teoría del desajuste: con la llegada de la agricultura, hace unos 10.000 años, se produjeron cambios muy rápidos en el estilo de vida, incluyendo la alimentación, a los que nuestros genes no pudieron adaptarse paralelamente. Este desajuste estaría detrás de las llamadas “enfermedades de la civilización”, como obesidad, diabetes, cardiovasculares o cáncer.

Cambios en los genes

Lo cierto es que, si bien la hipótesis de partida podría parecer lógica, aún es fruto de estudio y no está totalmente demostrado que una dieta sin alimentos aparecidos tras la revolución agrícola, y especialmente la industrial, pueda ser más saludable. Además, sabemos que nuestros genes han sufrido cambios derivados de modificaciones en la dieta. Los ejemplos más típicos son la persistencia de la lactasa en la edad adulta y el gen de la amilasa.

La persistencia de la lactasa y las copias del gen de la amilasa, dos ejemplos de adaptaciones derivadas de la dieta.

La lactasa es una enzima (una especie de tijera) que permite digerir la lactosa presente en la leche. Por defecto, el ser humano perdía progresivamente la capacidad de producir esta enzima a los 4 ó 5 años de edad, tras el destete. Sin embargo, distintas poblaciones empezaron a domesticar animales y a consumir lácteos, adaptaciones que hoy permiten a una buena parte de europeos consumir leche en la edad adulta. Se estima que, en Europa, esta adaptación apareció hace cerca de 3.000 años.

Otra adaptación relacionada con la dieta de nuestros antepasados es el número de copias del gen de la amilasa. Esta enzima es, de nuevo, la tijera que nos permite romper el almidón presente en tubérculos o en cereales, para obtener así glucosa. Pues bien, sabemos que el número de copias varía en función de si nuestros antepasados tuvieron una dieta más o menos rica en estos alimentos.

La huella de la agricultura

El estudio que citábamos al inicio analiza el efecto de la dieta en Europa, sobre una familia de genes llamada FADS. Estos genes se encargan de la transformación de las grasas omega-3 y omega-6 que ingerimos en la dieta a partir de los vegetales. En concreto, los transforman en otros omega-3 y omega-6 llamados de cadena larga. Estos ácidos grasos son los que contiene de por sí el pescado, y juegan un papel importante en la salud como reguladores de procesos inflamatorios.

Los investigadores analizaron restos de europeos anteriores y posteriores a la revolución agrícola (desde hace 30.000 hasta hace 2.000 años). Los resultados confirmaron la hipótesis de partida: los cazadores-recolectores pre-neolíticos tenían una menor actividad del gen FADS, dado que su dieta era más rica en alimentos de origen animal, incluyendo los marinos. En cambio, los agricultores neolíticos presentaban una mayor actividad de ese gen, derivada de una dieta mucho más rica en vegetales y pobre, por tanto, en los ácidos grasos de cadena larga.

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Fuente: Adaptación de Ye K. (http://news.cornell.edu/stories/2017/06/modern-european-genes-may-favor-vegetarianism)

Es interesante el dato de que también se encontró una mayor actividad del gen FADS en el sur de Europa frente al norte, fruto de las mejores o peores condiciones para la agricultura en una y otra zona, respectivamente.

¿En qué nos afecta eso?

Una de las conclusiones de este estudio es que una buena parte de la población europea tiene ahora mismo variantes del gen FADS de alta actividad, debido a la herencia de nuestros antepasados agricultores. Esto, en teoría, podría interpretarse como que estamos adaptados a una dieta rica en vegetales, sin necesidad de una ingesta elevada de alimentos de origen animal.

Hay, sin embargo, varios “peros” a esta interpretación. En primer lugar, hemos mencionado ya que estos ácidos grasos de cadena larga (araquidónico, eicosapentaenóico y docosahexaenóico) juegan un papel fundamental en los procesos inflamatorios. Además, sabemos que con la agricultura vino también la urbanización y una explosión demográfica. Esto estuvo asociado una mayor incidencia de enfermedades infecciosas. Así, la mayor exposición a patógenos pudo favorecer que aquellas personas con una mejor respuesta inmune (modulada por esos ácidos grasos) tuvieran más probabilidad de sobrevivir a las mismas y transmitir estos genes a sus descendientes.  

Por otra parte, incluso las versiones más activas del gen FADS son poco eficaces en la conversión, por lo que, aunque una buena parte de la población sea portadora de esa variante, eso no significa que una dieta basada exclusivamente en plantas les vaya a permitir obtener una cantidad suficiente de estos nutrientes.

Los omega-3 y omega-6 de cadena larga son reguladores de procesos inflamatorios.

En casos como éste la nutrigenética puede ayudarnos a conocer nuestros requerimientos personalizados de nutrientes y personalizar nuestra dieta. Un test genético puede permitirnos ajustar la ingesta de ácidos grasos omega-3 de cadena larga (de forma abreviada DHA y EPA) en función de la actividad del gen FADS, pero también de otros aspectos como la sensibilidad de los niveles de triglicéridos a la ingesta de esos ácidos grasos.

Sin duda, en próximos años, la ciencia de la paleogenómica arrojará más luz sobre nuestro pasado, con información útil para nuestro presente.

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