Cuando hablamos de hambre, identificamos inmediatamente esa sensación de vacío en el estómago y esas ganas de comer. A veces la sensación se acompaña de gran ansiedad, o de apetencia por ciertos alimentos en concreto. ¿Existen distintos tipos de hambre?
El hambre es una de esas sensaciones que todos experimentamos casi a diario, con mayor o menor intensidad. Al igual que la sed, se trata de un mecanismo fisiológico que nos indica, en función del estado energético en el organismo, la necesidad de comer. Cuando todo está en orden, los mecanismos de regulación del apetito se encuentran en equilibrio, y comemos en base a nuestras necesidades energéticas diarias.
Pero cuando se desregula el apetito, aparecen los problemas. Distintas alteraciones en algunas hormonas como la grelina o la leptina, que controlan la saciedad y el apetito, pueden hacer que comamos más de la cuenta. La obesidad se asocia con alteraciones en este sentido. Por otro lado, también existen sistemas a nivel central o cerebral, que parecen controlar el estímulo por la comida.
Los ultraprocesados alteran los mecanismos de saciedad y hacen que comamos más.
Sabemos que alimentos muy sabrosos o palatables, ricos en azúcares, sal o grasas, estimulan nuestras ganas de comer. Por este motivo se considera que dietas basadas en alimentos muy procesados favorecen la ganancia de peso. De hecho, un reciente estudio ha encontrado que en tan solo dos semanas, aquellos que consumieron una dieta basada en ultraprocesados, ganaron casi un kilo de peso, consumiendo un exceso de más de 500kcal al día frente al grupo con una dieta basada en alimentos frescos.
Pero no solo la dieta puede afectar a la regulación de nuestro apetito. Y es que, las emociones también juegan un papel. Es el hambre emocional.
¿Atracando la nevera por la noche?
Frente al apetito fisiológico que regula nuestro organismo, nos encontramos con el impulso de comer asociado a la ansiedad. Esta hambre emocional suele aparecer de repente, con la necesidad de comer de manera compulsiva. Suele darse en forma de atracones, y precisamente asociado a alimentos muy palatables, dulces, salados o ricos en grasas. Y suele terminar con un sentimiento de remordimiento.
El hambre emocional se asocia a la ansiedad.
Cuando esto sucede de forma habitual, debemos hacer sonar las alarmas. Hay conductas aprendidas que nos hacen buscar el refugio en la recompensa que nos ofrece comer. De hecho, una pauta es que no se premie a los niños pequeños para consolarles cuando lloran con alimento, para que no aprendan este tipo de conductas. Además de nuestros hábitos aprendidos, hay cierta predisposición personal en función de algunos genes que nos hacen más susceptibles, y que pueden determinarse con un sencillo test.
Hay predisposición genética al hambre emocional.
Por tanto, debemos estar atentos y saber identificar estas señales: hambre frecuente, asociado a un mal día o emociones encontradas, atracones, sentimiento de culpa…. En este caso puede que el psicólogo sea el profesional más adecuado, junto con el trabajo en equipo de un dietista-nutricionista.