Superalimentos: mito o realidad

Semillas de chía, bayas de goji, quinoa, espirulina, kale… ¿Quién no ha oído hablar de ellos en los últimos años? Todos se encuentran bajo el paraguas de los “superalimentos”. Sin embargo, ¿qué hay de cierto en esa terminología?¿Realmente son tan beneficiosos como nos dicen?

Al igual que sucede con la moda de lo “détox”, los “superalimentos” han llegado para quedarse. Realmente el concepto no es nuevo. Para nuestros abuelos, el aceite de hígado de bacalao podría haber cumplido perfectamente con uno de los requisitos de superalimento: aportar una cantidad significativa de alguna sustancia beneficiosa para la salud.

Las propiedades que se atribuyen a los superalimentos carecen, en muchas ocasiones, de fundamento o apoyo científico.

¿Qué propiedades se atribuyen a los superalimentos?

Entre otras, y si buscamos en internet, podemos encontrar alegaciones de todo tipo: terapéuticas, antioxidantes, antienvejecimiento, adelgazantes o quemagrasas. Una de las posibles causas para el auge de algunos de estos alimentos es el haber encontrado en algún estudio una cantidad importante de alguna sustancia ventajosa. Otra posible fuente que alimenta el mito de algunos superalimentos es su uso ancestral por parte de culturas que exhiben una salud envidiable, o ausencia de algún tipo de enfermedad.

¿Funcionan realmente?

En muchas ocasiones, cuando se analiza a fondo el origen de estas modas, internet está detrás. Mensajes sin rigor científico se amplifican, aumenta la demanda, y se genera un mercado alrededor de un determinado producto. Es algo como lo sucedido con la quinoa. El interés en este pseudocereal viene de su contenido relativamente elevado de proteína, con un perfil de aminoácidos bastante completo.

Sin embargo, para población general con una dieta variada, la quinoa no aporta nada que no puedan facilitar otras fuentes de proteína. Además, ni siquiera medioambientalmente supone un beneficio, ya que debe ser importada, y el aumento de la demanda en los países occidentales ha hecho que se eleven mucho los precios y que las poblaciones de origen vean dificultado su acceso al mismo.

Otro ejemplo de superalimento, o más bien de supercomponente de un alimento, es el fiasco del resveratrol. Esta sustancia, presente en la uva y en el vino tinto, prometía un elevado poder antioxidante y se alegó que es un potente antienvejecimiento. Sin embargo, para consumir una cantidad similar a la que produjo un efecto positivo en ratones, habría que beber cientos de litros de vino al día. Es un ejemplo de cómo los estudios de laboratorio con sustancias purificadas y concentradas a partir de alimentos no pueden extrapolarse siempre a un uso real en la dieta y a un beneficio para la salud.

La chía y el omega-3

Uno de los últimos superalimentos en llegar ha sido las semillas de chía, probablemente popularizadas a partir del libro “Nacidos para correr” de Christopher McDougall. El autor describe cómo los Indios Tarahumara de las Barrancas del Cobre en México, conocidos por recorrer ultradistancias de forma cotidiana, utilizan las semillas de chía como una de sus fuentes de hidratación (absorben agua) y energía.

La mejor elección es una dieta saludable adaptada a nuestras necesidades personales, hábitos y estilo de vida.

Una de las propiedades que se atribuyen a estas semillas es su contenido en ácidos grasos omega-3. Si bien es cierto, hay dos “peros” en este sentido. En primer lugar, que se trata de ácido linolénico, un tipo de omega-3 que también contienen en abundancia otros alimentos más próximos a nosotros, como las nueces o las semillas de lino.

Unos 10 gramos de semillas de lino o de semillas de chía, o 21 gramos de nueces contienen aproximadamente 1,6 gramos de ácido linolénico, que es la ingesta diaria recomendada.

Y, en segundo lugar, algunas personas, por su genética (debido al gen FADS1), no son muy eficaces convirtiendo los omega-3 de los vegetales en otros llamados de forma abreviada DHA y EPA, muy importantes para la salud, contenido, sobre todo, en el pescado.

Unos 50g de salmón proporcionarían la ingesta diaria recomendada de omega-3, como DHA y EPA.

Entonces, ¿no son saludables los superalimentos?

Como hemos señalado, no se puede atribuir a este tipo de alimentos muchas de las propiedades que exageradamente se les asignan en las redes. Sí que pueden tener cierto valor nutricional, aunque probablemente otros alimentos de nuestra región puedan aportarnos lo mismo, y además con menor precio y mayor sostenibilidad.

Un solo alimento no va a mejorar nuestra salud si no cuidamos el resto de la dieta y de nuestros hábitos.

Además, existe un posible riesgo: que se recurra a estos superalimentos como “muleta”, descuidando el resto de la dieta. Lo que una y otra vez demuestra ser más efectivo es una dieta saludable en su conjunto y, a ser posible, personalizada a nuestros hábitos, nuestro estilo de vida y nuestras necesidades particulares.

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